jueves, 11 de julio de 2013

HISTORIA DE LA LLORONA

La presencia de seres fantasmales que lloran en los ríos por motivos diversos es una característica de muchos aspectos de la mitología aborigen de los pueblos pre-hispánicos. Es así como pueden encontrarse rasgos de estas criaturas espectrales en varias de las culturas precolombinas, que eventualmente, con la llegada de los conquistadores españoles, fueron asumiendo rasgos comunes debido a la expansión del dominio hispánico sobre el continente. La leyenda es una historia que posee referentes míticos en el universo prehispánico pero que instaura su drama y su cortejo imaginario y angustiante en el orden colonial.


Finalmente, Cihuacóatl, para los mexicas, era a la vez diosa de la tierra (Coatlicue), diosa de la fertilidad y los partos (Quilaztli), mujer guerrera (Yaocíhuatl) y madre (Tonantzin) tanto de los aztecas como de sus mismos dioses. Mitad mujer y mitad serpiente, la leyenda de la diosa que emerge de las aguas del lago de Texcoco para llorar a sus hijos (los aztecas) es el sexto presagio de la devastación de la cultura mexica a manos de los conquistadores venidos del mar. Cihuacóatl en particular muestra tres aspectos característicos: los gritos y lamentos por la noche; la presencia del agua,nota 1 pues tanto Aztlán como la gran Tenochtitlan estaban cercados por ella -con lo que ambos sitios estaban conectados no sólo por coincidencias físicas, sino míticas-, y ser la patrona de las cihuateteo que de noche vocean y braman en el aire. Estas son las mujeres muertas en parto, que bajan a la tierra, en ciertos días dedicados a ellas en el calendario, a espantar en las encrucijadas de los caminos y son fatales a los niños. Esta abundancia de diosas conectadas con cultos fálicos y de la vida sexual fue génesis no solo para la Llorona, sino también para otros fantasmas femeninos que castigan a los hombres, como la Siguanaba, la Cegua o la Sucia.En México, varios investigadores estiman que la Llorona, como personaje de la mitología y las leyendas mexicanas, tiene su origen en algunos seres o deidades prehispánicas como Auicanime, entre los purépechas; Xonaxi Queculla, entre los zapotecos; la Cihuacóatl, entre los nahuas, y la Xtabay, entre los mayas lacandones. Siempre se le identifica con el inframundo, el hambre, la muerte, el pecado y también la lujuria. En el caso de Xtabay (o Xtabal), ésta diosa lacandona se identifica como un espíritu malo en forma de hermosa mujer,

cuya espalda tiene forma de árbol hueco; al inducir a los hombres a abrazarla, los vuelve locos y los mata. La diosa zapoteca Xonaxi Queculla, en tanto, es una deidad de la muerte, el inframundo y la lujuria que aparece en algunas representaciones con los brazos descarnados. Hermosa mujer, se aparece a los hombres, los enamora y seduce para después transformarse en esqueleto y llevarse el espíritu de sus víctimas al inframundo. Auicanime, entre los purépecha, era considerada como diosa del hambre (su nombre se puede traducir como la Sedienta, la Necesitada) y también era la diosa de las mujeres que morían al dar a luz en su primer parto, las cuales, según la creencia, se convertían en guerreras (mocihuaquetzaque), lo que las convertía en divinidades motivo de adoración y ofrenda.




A la presencia de estos antecedentes mitológicos entre los pueblos precolombinos de Mesoamérica, se suma la contribución española para establecer el mito como tal. Es durante la colonia española en América que el mito de la Llorona toma forma.1 A la vez diosa y demonio, nadie, en la psique del mundo colonial, puede resistir su aparición ni su llanto de ultratumba, ni siquiera los conquistadores afincados en el Valle de México, instituyéndose incluso un toque de queda a las once de la noche, pues pasada esa hora comenzaban a escucharse los gemidos aterradores de una mujer espectral por las calles de la ciudad de México. Su visión garantiza la muerte o la locura (en similar forma a la de las deidades prehispánicas antes descritas) para aquellos que intentan averiguar el origen de aquel lastimero gemido. Para los colonos, la diosa prehispánica toma la forma de una mujer de flotante vestido blanco, con la cara cubierta por un vaporoso velo (que cubre el aterrador rostro de la angustia), que cruza las empedradas callejuelas y plazas de la ciudad, lanzando un trémulo y estremecedor grito de desesperanza y derrota. La Llorona es también uno de los primeros signos del mestizaje, pues es durante este periodo que se identifica, en México, a este fantasmagórico personaje con Doña Marina, la Malinche, que vuelve arrepentida a llorar su desgracia, su traición a su pueblo indígena y también, su relación con Hernán Cortés, como parte de la «leyenda negra» de estos personajes. De aquí parecen venir muchas de las versiones que señalan a la Llorona como la protagonista de una trágica historia de amor y traición entre la mujer indígena (o mestiza o criolla) y su amante español, lo que finalmente la lleva al infanticidio como una manifestación del deseo de castigar al hombre en la forma de, en unas versiones, el amante, y en otras, el padre de la mujer, usando al niño como el instrumento de la venganza por ser este la prueba de la deshonra, pero también, de alguna forma, como una manera de castigarse a sí misma por su debilidad.

Pero la creación e influencia del mito de la Llorona entre los pueblos hispanoamericanos tiene también elementos de otras fuentes mitológicas propias de las culturas aborígenes precolombinas diferentes de las civilizaciones mesoamericanas. En Centroamérica, entre los bribris, pueblo indígena que ocupa la región de Talamanca, en la frontera entre Costa Rica y Panamá (zona de influencia del Área Intermedia entre Mesoamérica y las culturas suramericanas) existen historias de ancestrales espíritus llamados «itsas», especie de genios con aspecto de mujer y cuerpo de gallina, que habitan en las grutas y los cauces de los ríos, y que lanzan lastimeros gritos cuando un niño está a punto de morir, o bien, que pierden a los niños en los bosques cuando estos se alejan de sus padres. En el idioma bribri, la palabra 'itsa' significa tanto «llorona» como «tulevieja», de allí que haya similitudes entre las leyendas que se cuentan en Costa Rica y Panamá para estos dos

fantasmas (básicamente, una mujer que mata a su hijo fruto de un embarazo no deseado y que por ello queda condenada a vagar como un fantasma). Al ser una zona de transición entre Mesoamérica y Sudamérica, en las versiones de la leyenda de la Llorona en esta parte de Centroamérica se empiezan a observar algunos rasgos característicos que la diferencian de la versión mexicana. La Llorona en Mesoamérica es, primeramente, una deidad primigenia vinculada al parto y la vida sexual, que por la influencia española, adquiere la forma de un espectro castigador, en gran manera asociado a la ciudad, pero en el suwoh (la cosmogonía indígena transmitida por tradición oral entre los bribri), es más bien un ser que se asocia a los montes oscuros y enmarañados, los abismos de las montañas, lluvias y vientos fuertes, y las cataratas de los ríos, es decir, con una fuerte vinculación con las fuerzas de la naturaleza y la vida rural, por lo que el fantasma solo puede ser visto (muchas veces, tan solo oído su lamento) cerca de masas de agua como ríos, lagos, cataratas, generalmente en pueblos poco poblados, por lo que es un fantasma más asociado al campo. Su función castigadora, además, se ve un poco más atenuada que en la versión mexicana (aunque siempre presente, como en algunas versiones de la Tulevieja o la Tepesa), limitándose el espectro a espantar con su llanto a los viandantes en lugar de asesinarlos, pero reforzándose otro aspecto quizás aún más aterrador: el rapto de los niños, que puede observarse en variantes del cuento de la Tulevieja en Costa Rica y Panamá, en las leyendas de los duendes en Costa Rica, y en algunas versiones de la leyenda de la Llorona en Colombia.

En Suramérica, finalmente, existen algunas leyendas precolombinas que fueron asociadas con la de la Llorona mexicana una vez establecido el dominio hispano sobre el continente, pero que no tienen un origen común con esta, a pesar de que existan aspectos muy similares. Pueden encontrarse trazos similares en la leyenda del Ayaymama de la mitología amazónica peruana y en las leyendas guaraníes del Itá Guaymí, el Urutaú o el Guemi-cue. Destaca entre estas leyendas la historia de la Pucullén (del mapudungún «külleñu»: "lágrimas" y «pu»: "plural"), perteneciente al folclor chileno. Mientras que la Llorona mesoamericana es castigada por haber asesinado a sus hijos, los de la Pucullén han sido raptados y asesinados por terceros, convirtiendo a ésta en una víctima inocente de la maldad ajena, por lo que llora eternamente. Relacionada igualmente con la muerte, al igual que la Llorona mesoamericana, la Pucullén es más bien una guía de los que van a morir más que un demonio castigador, indicándoles su paso al más allá.

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